Por Edwin Sánchez

Otto de la Rocha, constructor de la Nicaraguanidad

Otto de la Rocha es un ser excepcional. Nació artista y la creación lo mimó tanto que no le puso límites a sus vocaciones: es un todoterreno de la cultura. 

Esplendor es lo que irradia en sus composiciones, porque la poesía sostiene todo el andamio de su limpia y originalísima arquitectura musical. Sí, este es segundo compatriota que creó un Son Nacional, el Son Nícaro, después del que nos legara Camilo Zapata.

A los hombres y mujeres de talentos plenos deben reconocérseles sus invaluables aportes en el tiempo en que están entre nosotros. Y, sobre todo a Otto, porque ha dejado bien instalado al nicaragüense de cuerpo y alma completos, en sus cardinales canciones y sus legendarias interpretaciones como actor.

Es cantor, cantautor y cantante. Otto se distingue con solvencia en estos renglones de la vocalización, al hacer gala de su magnífica voz, aunque el diccionario de la RAE los comprima arbitrariamente como sinónimos.

Su calidad de registros interpretativos también es impecable: es el que le dio la fisonomía clásica a “Pancho Madrigal”, y no solo eso: la composición señera del contador de historias es un canto-cuento inigualable.

Fue durante un agradable tiempo, el “Indio Filomeno”, y con él brotaron personajes nada parecidos entre sí, como “Filito”, “Policarpo”, “La Chepona”, “El turco Mustafá Medasasco”, “El Ronco”…

Por si fuera poco, dio vida al hombre que completa el mapa demográfico de Nicaragua: Aniceto Prieto. Incluso, llegó a superar en la marquesina a “Pancho Madrigal” con Lencho Catarrán.

Otto es tan “diaca” que con “Anis” fundó toda una tradición con los matices que le imprimió a este nica jodedor, vivo, trovador, guitarrista, porque no solo otros actores de la radiodifusión lo tomaron como referencia, sino que su lenguaje, sus dejes, su picardía, pasaron a formar parte del pueblo, elevándole a prototipo.

Letras y acordes de temas como “Pinolera” son  un mural sonoro de Nicaragua. Ahí se encuentra nuestra cultura, como también hallaremos diseminados en su música un “Diluvio de amor” intenso y fructífero por nuestro país y a la mujer autóctona.

Veamos. Hay gente que vive con un lenguaje de tiempos pasados. Dicen: “paisito”, para hablar con desprecio de su propia nación; dicen “país de maravilla”, de forma burlesca; dicen “aquí cualquier cosa puede ocurrir”, etc. Así sacan de su corazón lo que sienten por el territorio que les vio nacer, tal como si se refirieran a un país ajeno y terrible, que nada tiene que ver con ellos.

Como en Rubén Darío, como en Augusto César Sandino, en las letras de Otto toda mención,  toda alusión a la tierra natal se hace con el digno respeto de un sacerdote ante el altar. Así es que uno distingue al buen nicaragüense –es el caso del jinotegano– del que lo es porque ya no tuvo más remedio.

Otto es una escuela de amor patrio y de respeto a la dama, tanto a la “Morenita de ojos negros” como a “La Pelo’e mais”. ¿Cómo hizo Otto para encarnar al campesino que se enamora de una gringuita? Solo alguien que conoce a profundidad el alma nacional es capaz de producir estos textos melódicos inolvidables.

Me acuerdo en los años 80 cuando “ideólogos” de manuales censuraban la canción porque “ponía al nica embelesado por una rubia norteamericana”, en vez de manifestarse en contra el “imperialismo”.

Según los “críticos marxistas”, que hoy están en el extremo de la derecha, Otto representaba al campesino “desclasado” y “sumiso”.  Pero el creador es tan Sandinista como la mismísima Jinotega que protegió a Sandino.

Un clásico

Estemos claro de lo principal: él reúne las cualidades de un clásico viviente. Así lo debemos admirar. Su humildad quizás nos confunda, porque después de construir una sólida y hermosa carrera artística, en la que ha entregado prácticamente su vida enorme, no hay ínfulas que le separen de la gente. Siendo un dotado de Dios, su falta de vanidad todavía lo eleva un peldaño más sobre el ejemplo.

Es el pionero de la música rebelde (a propósito, los “comisarios políticos” nunca dijeron una palabra). Su fundacional tema “El Peón” pone en pie a la clase obrera agrícola.

Canto de protesta, no panfletario, en la antípoda del hueco discurso político, nos muestra al artista integral: el ritmo de manantial de su Son Nícaro, los versos, su armonía, su ejecución de filigrana, es una de las más finas lecciones de estética que un maestro de proverbial y cultivada imaginación podría dar al mundo.

El arte no es sacrificado en ningún momento por el eslogan o de una lucha sindical. Sin embargo, los resultados son asombrosos. Solo un Artista con mayúscula pudo haber logrado semejante pieza maestra que debería contarse entre las cimeras del repertorio latinoamericano.

Otto logra poner en la escena nacional la dureza de la faena agraria, destapa lo que se vive en las haciendas, y le da un valor agregado: el peón está organizado, conoce sus derechos y los reclama, y muy bien: “Porque soy del sindicato / no me quieren dar trabajo/ y si me consigo alguno, /es con el sueldo bien bajo./ El que me están ofreciendo,/ me lo dan sin compromiso,/ para cuando no les sirve,/ despedirme sin preaviso.

Otto hace despertar la conciencia en nuestra población rural, les amplía la agenda de sus luchas y hasta les informa que el aguinaldo, las horas extras y las prestaciones no son derechos laborales urbanos: “Si a la entrada llego tarde, la hora extra sale lisa/ más peor si no llego el lunes/ ¡je!, ya me agarran ojeriza/…aguinaldo no me dan/ y ellos ponen sus razones, / ya por último me niegan / toditas las prestaciones”. “Esto no puedo aguantar/, no puedo ni reclamar, /y aunque me van a correr, muy claro les vua cantar: /Me despiden si preaviso, / me roban las vacaciones, / nunca me dan un permiso, / al diablo con los patrones”.

Si la nicaraguanidad tiene letra, esa es la de “Pinolera” y si tiene música ya no digamos. Gracias a este noble compositor, Nicaragua es exaltada con magisterio a la cima. Por supuesto, Nicaragua, nombre de mujer, pinolera tenía que ser la amada:

“Pinolera, pinolera, / te compuse una canción, / Pinolera, pinolera / te canta mi corazón. / Las mañanas perfumadas/ se parecen mucho a vos. / Son tus ojos dos luceros / que robaste allá en el cielo / y por eso yo los quiero / y le doy todo mi corazón / Son tu labios una miel, / el perfume hecho mujer…”.

Con la preciosa pluma de Rubén, con el magistral pensamiento de Sandino ¿cómo renegar de Nicaragua? De estos acuíferos de libertad mana el canto de Otto, la escritura de nuestras serranías, el espíritu de la campiña y el paisaje hecho mujer, hasta entregarnos el himno sentimental más transparente del surco nacional: su “Gotita de agua”.

Wikipedia dice que nació el 23 de agosto de 1933. No todos los días nace un hombre como Otto. Son 84 años bien vividos, pero, como escribí en diciembre de 2015, “por estar vivo no apreciamos su inmensidad creadora”.

Un Aplauso al que hizo de su canto un homenaje imperecedero a nuestra Patria, al ser nicaragüense; un laurel a este extraordinario cultor de nuestra identidad nacional, el hombre que bajó las luces de las estrellas para adornar a la “linda indita pinolera”.

Gracias, Otto, por haber nacido en Nicaragua.

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