Román González no perdió, fue asaltado impúdicamente. Al comienzo tuve la idea que la nicaraguanidad nos eclipsaba, pero luego un alud de opiniones certificadas, incluida la del propio Presidente del CMB, nos dio la justa medida de los hechos; “Chocolate” fue despojado y víctima de un fallo que fue más contra el boxeo que contra nuestro campeón.
Este pequeño gigante fue lanzado a la lona en el Primer Round como muchos de su estirpe lo sufrieron, fue cabeceado brutalmente y bañado en sangre, cegado por los torrentes de sus heridas, fue adelante para darnos una lección de cómo se remonta una elevada montaña, como se nada contra corriente y se asume con profesionalidad y sin desesperación, la determinación de hacer honor al sitial del número uno viniendo desde atrás.
No a todos lamentablemente gusta el chocolate. Hubieron fresas y vainillas que celebraron el robo por ignorancia, politiquería u odios, que bacterizados en su anemia humana, terminaron contrastados con el asombro expresado por las voces autorizadas de los que sí saben de golpes en las mejores arenas del boxeo.
“Chocolatito” cautiva, no porque sea el mejor libra por libra. -aún lo es-, sino porque sus corrientes de adrenalina no son más que sus torrentes de humildad. Como ser humano tuvo sus tropiezos y se levantó para perfilar que puede ser mejor que su mentor Alexis Arguello, aunque para algunos cronistas deportivos la sola posibilidad huela a blasfemia.
No pasó nada. La Chocolatería sigue en pie y abierta. Nicaragua hoy abraza más íntimamente al suyo y Román González lo sabe y es tan grande el peso de esa certeza que ahora más que nunca debe tener por insignia a Jesús de Nazaret y a su insustituible Himno de Victoria como alabanza agradecida al Rey de Reyes.