El diccionario oficial de nuestro idioma común, (RAE) define Odio como “Antipatía y aversión hacia algo o alguien cuyo mal se desea”.
Es lo que una minoría, sin representatividad social ni nacional, exhibió recientemente. El odio no debería ser el motor de nadie, peor de una organización.
La vasta población, al ver esos rostros destilando amarguras, los desconoce, porque Nicaragua no nació para dejarse arrastrar por las pasiones inferiores.
Los brotes de violencia focalizados no encarnan al nicaragüense, por mucho que medios de la extrema derecha intenten inflarles una magnitud nacional.
Por eso, en las encuestas, la ciudadanía quiere la armonía. Si algo detesta y por lo cual no está dispuesta a perder el tiempo, mucho menos la vida, es la confrontación.
En 2015, la concordia fue en ascenso constante y la discordia en picada. En enero, la consultora M&R, comprobó que el 89.1% de Nicaragua escoge el diálogo y solo el 8.2% opta por la confrontación o las movilizaciones.
En julio, la sociedad prefería el diálogo (92.9%) y nunca la confrontación y/o movilizaciones (4.9%).
En octubre, la paz terminó de afianzarse en la conciencia ciudadana: el 97.1% se decantó por el diálogo. Solo el 1.5% propone la confrontación o las movilizaciones que ya hemos visto su cosecha.
Nicaragua está más unida que ayer en torno al destino que merece, contrario a lo que predican los profetas del odio. Este demonio del alma provoca divisiones, fracciones, ególatras y arrogantes que se creen dueños de la verdad. De ahí que la derecha conservadora lo evidencie en su fragmentada soledad.
El pueblo elige el futuro, no el pasado; el entendimiento, no la violencia; la tolerancia, no la guerra fratricida; la inclusión, no la exclusión; la verdad, no su distorsión; el encuentro, no la ruptura; el Gran Canal y no su fracaso. Es decir, la Nicaragua bendita.
La derecha conservadora ha querido deformar la imagen de nuestro país, llegando a la infamia de afirmar que hay ciudadanos de primera y de segunda. Que la Policía ofreció un trato amable a los de la Juventud Sandinista, mientras al partido anti Canal trató de impedirle su actividad.
Pero la realidad es que las multitudes, en la Caminata por el Trabajo y la Paz, no portaban más arma que la sonrisa, más alboroto que la música, más descontento que su alegría.
En la otra marcha, muy reducida, sus participantes estaban apertrechados de piedras que luego lanzaron contra los agentes; iban armados de machetes, cutachas, fósforos y morteros que dispararon a los policías.
En cualquier país del mundo, la respuesta de las autoridades iba a ser conforme a la actuación de cada manifestación, ambas tan opuestas como el amor y el odio.
Un baile es cultura, no agresión. Los sandinistas no acosaron a la Policía con su Gigantona y el Enano Cabezón, por ejemplo.
El partido anti Canal no desfiló con las comparsas ni danzó; eran exaltados que llegaron a romper los cercos de seguridad, destruyeron las vallas y se apoderaron de los tubos de hierro para atacar.
Si en algo coincidieron en demostrar los dos eventos es que la ira en la mañana y la cordialidad en la tarde eran auténticas. Ni qué quitarles ni qué ponerles.
Lamentablemente, en medio de esto, se aparecieron unos motoristas a vapulear a algunos ciudadanos que tienen derecho a protestar, pero no a violentar la ciudad. Es condenable y no refleja al sandinismo de los Nuevos Tiempos, tampoco a la Nicaragua que todos amamos.
Maligna semilla
Las sonrisas no se fabrican, pero una falacia puede implantar agruras. No hay júbilo artificial, empero, una dañina desinformación puede sembrar en el espíritu sencillo hasta la venenosa semilla de la xenofobia que no habíamos visto germinar en el alma de un nicaragüense.
Durante la operación del partido anti Canal, los rasgos de la paz estaban ausentes, no así la faz de la confusión en muchos de ellos. Quienes fueron llevados hasta ahí, víctimas de la falsedad, debieron observar a los que organizaron esta declaración de repugnancia al desarrollo de Nicaragua.
Y no quisieron dejar duda de que la mala voluntad los movió hasta donde pudieron. Hicieron alarde de que estaban dispuestos a arder lo que agitaran sus hígados, como incinerar la bandera del sandinismo, acto solo cometido por los marines USMC (1927-1933) y la Guardia Nacional (1933-1979) para dejar muy claro su mensaje. Los odios también se heredan.
Al día siguiente de estas inquinas, el 28 de octubre, “un grupo de vándalos quemó una excavadora Caterpillar 330”, del Ministerio de Transporte e Infraestructura.
El titular de esta cartera, Pablo Fernando Martínez, detalló que “El grupo que pasó eran unos 12 que venían de protestar. Tienen derecho a protestar pero no a dañar los bienes”.
El fuego parece ser el símbolo de estas almas atormentadas que adelantan así su deplorable condición. No es cualquiera que en plena vía internacional echa de su camión al conductor, se apodera de la pipa cargada de mil galones de combustible y amenaza con hacerla estallar, sin importarle la vida de un barrio entero de Rivas, en víspera de la Navidad.
O incendiar una excavadora de 250 mil dólares, ocupada en la construcción de una carretera, para perjudicar a los habitantes de Bluefields, Laguna de Perlas, Kukra Hill y La Desembocadura.
“¿Qué es lo que logra esta gente?”, preguntó consternado el ministro.
En contraste, el comandante Daniel Ortega y la escritora Rosario Murillo proclaman “las rutas que Dios ha dispuesto para Nicaragua; Rutas de Bendición, de Prosperidad”. No por casualidad las mayorías expresan, en las encuestas, su sentir de que son las personalidades que más generan agrado en la nación.
Hasta el ex ministro conservador Humberto Belli, impactado por los furibundos de la semana pasada, admitió que si “los hubiese recibido Ortega en persona, o doña Rosario…”, “¿No hubiesen incluso convertido muchos odios en simpatías?”.
Sin embargo, esta minoría política, yendo en contra de la Historia, de la Democracia y de los intereses de la Nación, no busca ningún diálogo. Exige anular el Canal, despreciando a los nicaragüenses (74.7%) que respaldan la obra.
Por algo, el papa Francisco escribió: “El odio envenena el alma, el AMOR la embellece”.
**Edwin Sánchez