Ahora que el pueblo católico de Diriamba goza de su fiesta, debemos hacer algunas consideraciones sobre El Güegüence, que, a propósito, es una obra civil, no religiosa.
I
Nicaragüense no es lo mismo que decir Güegüence. Aunque rime. Aunque se vea en los rótulos del comercio. Si no acudimos a las fuentes históricas, reproduciremos la falla tan extendida sobre la escritura auténtica de lo que también se conoce como el Macho Ratón.
La nacionalidad no debe confundirse con el nombre de la obra fundacional del teatro y la literatura nacionales. Nada tiene que ver el o la “nicaragüense” con la forma en que la ligereza y el mercado han deformado el nombre de la comedia bailete, como si se tratara de un segundo gentilicio: “Güegüense”.
Se ha acuñado tanto la equivocación que lo acertado para los que ignoran la verdad, es lo incorrecto. Así, cuando alguien escribe con propiedad Güegüence, siempre hay alguien que “corregirá” la “falta”, borrando la “C”, y poniendo en su lugar la arbitraria “S”.
La Asamblea Nacional en tiempos del presidente Enrique Bolaños elevó a decreto el yerro
No. 4456, aprobado el 31 de Enero de 2006, para declarar “al Güegüense como Patrimonio Histórico Cultural de la Nación”.
Google “no acepta” el nombre genuino, de ahí que el error ahora sea mundial.
Tanto se ha dañado al protagonista principal de esta multiobra con banda sonora, que cuando se escribe correctamente, se leen insólitos reclamos en los medios. Aquí uno, tal y como lo redactaron:
“Por Favor senores de (…)!!!, sean respetuosos y profesionales. LA palabra es GüeGüense… Lo unico que indica es su falta de profesionalismo !! “Ustedes son los encargados de ayudar a que los jovenes tengan una buena ortografia, piensen en eso !!”
II
Hay autores que con el tiempo han abandonado el nombre náhuatl y otros lo han hecho indistintamente, incluso, en las publicaciones, no sabiéndose si es un desliz del editor o la consagración del desacierto.
Hay que admitir que el mercado ha ganado demasiado terreno no solo en la fabricación de necesidades, imposiciones de estilos, administración de los gustos e importación de celebraciones, sino en la banalidad de cómo “asumimos” nuestra cultura nacional.
No es bueno que el dios mercado haya ido estableciendo que Güegüence es con “S”, hasta llegar al beneplácito de algunos con tal de seguir una tendencia, porque, al fin y al cabo, empalma con la enraizada fuerza del colonialismo español.
El Diccionario del Español de Nicaragua no hace, por supuesto, ninguna concesión al náhuatl. Prevalece “Güegüense”, subordinado el nombre originario a simple “variante”. Según se “traduce”, no es un personaje del cual debamos sentirnos orgullosos: “(Étimo controversial para algunos. Del náh. Güegüe viejo, y para otros: Del náh. Cuecuech, travieso, lascivo, desvergonzado y sufijo reverencial tzin: el gran sinvergüenza). m. Palabra indígena que significa muy viejo. Var. Güegüence”. La tercera acepción señala: “adj. (Dicho de alguien) que es astuto, que dice una cosa y hace otra”.
III
Hay quienes justifican que en Nicaragua “seseamos”, por tanto, la mejor forma de dilucidar el asunto es escuchar la palabra y escribirla según las indicaciones no de la Historia, sino de algo más falible: el oído. Hasta donde sepamos, nadie oye con reglas ortográficas.
De acuerdo a este argumento, escribiremos “sapato” en vez de “zapato”. Ya Gabriel García Márquez se refirió a las “zetas inútiles”… de cierto personaje. Diremos que su inutilidad es Occidental y subhemisférica. No obstante, sería una injusticia acabar con las “zetas”, en tanto no lleguen a cártel, o la “h” por sus “capacidades diferentes” en nuestra lengua común.
La propuesta, disfrazada de acto meramente semántico porque los nicaragüenses “seseamos”, es que solo Nicaragua quede obedeciendo, en el siglo XXI, la Real Cédula de 1770. Firmada por Carlos III, mandata que la única lengua del imperio, en los “vastos dominios de la América”, sea el castellano.
“… que cada uno en la parte que respectivamente le tocare, guarden, cumplan y executen, y hagan uardar, cumplir, y executar puntual, y efectivamente la enunciada mi real resolución (…) para que de una vez se llegue a conseguir el que se extingan los diferentes idiomas, de que se usa en los mismos dominios, y solo se hable el Castellano como esta mandado por repetidas Leyes Reales Cedulas, y ordenes expedidas en el asunto (…). (Conforme al original).
Bien claro se ve que no es un “simple” cambio de letra: el fondo de todo esto es reconocernos en nuestra cultura prehispánica, y no avergonzarnos. Por otra parte, no se trata de negar el invaluable aporte de España y de su rica lengua cervantina y dariana, para derrapar en los rencores de un indigenismo anacrónico tan desastroso como todo ultranacionalismo.
IV
Escritores conservadores como Pablo Antonio Cuadra, en toda referencia, estudio y creación, se dignaron a respetar el nombre del Güegüence. Incluso, PAC escribió la noveleta “¡Vuelva, Güegüence, vuelva!”.
La salida más razonable la tomamos del narrador y lingüista Fernando Silva. Él hace una traducción propia, “tomada directamente del escrito original de don Juan Eligio de la Rocha”, La historia natural de El Güegüence (2002). De la Rocha es el primero que entrega una versión castellana de la obra.
Es de notar que un facsímil fechado en Masaya, 1874, publicado por el alemán C. Herman Berendt, constituye la segunda versión manuscrita, siendo la tercera la del estadounidense Daniel Garrison Brinton.
Estos tres investigadores verifican el título “Baile del Güegüence o Macho Ratón. Comedia de los indios Mangues”, como destaca el europeo en el material aludido del siglo XIX.
El poeta Silva despeja los nublados cuando reivindica a don Juan Eligio, porque “algunos autores por ahí, han hablado de ´textos manuscritos´ originales (…) que fueron descubiertos”.
El doctor Silva ilustra que Güegüence viene de güegüe, viejo, y a esta palabra, “se le junta la partícula tzin, que es un adjetivo sustantivo, que determina o identifica a la persona de la manera que se quiera, resultando que el vocablo TZIN (…) corresponde fonéticamente con el sonido ´ce´ (…)”. Aquí es de índole reverencial.
Nos enseña, además, con Pedro Enríquez Ureña (1938), que la “S” no existe en náhuatl, “pero sí tres sibilantes parecidas, de larga tensión, que los antiguos gramáticos representaron con c, z, y tz”.
GüegüeTzin o GüegüenCe es El Viejo, y no cualquier viejo, como tampoco es cualquier cosa este Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad.