No me refiero solo al protagónico canciller de la Nicaragua revolucionaria, ni al sacerdote maryknol formado en los Estados Unidos que optó, a los cuarenta años y pico, apoyar intelectualmente en Washington ––con su absoluto dominio del inglés–– la liberación política de su patria. Ambos roles son los más conocidos de Miguel d’Escoto Brockmann. Lo que desconocen muchos es el pensador, el bibliófilo, el coleccionista de arte y el realizador cinematográfico. Yo tuve la suerte de amistar sincera, aunque eventualmente, con él y puedo dar testimonio de que esas facetas fueron inherentes a su personalidad y a su amplia cultura.
No en vano d’Escoto Brockmann ––hollywoodense de nacimiento–– tuvo una más que esmerada educación, abarcando estudios de latín y griego, ingeniería civil, filosofía, teología, ciencias, periodismo comparado y economía política. De ahí que haya sido director del Departamento de Comunicaciones Sociales de su congregación religiosa y fundador en Nueva York de Orbis Book, editorial que lanzó en 1977 Guardians of the Dinasty, la primera historia de la GN escrita por Richard Millet, traducida en 1979 al español por Mario Samper K. y prologada por él en octubre de 1976. Entonces, no había tenido ningún tipo de contacto con el FSLN, pero simpatizaba con su lucha.
Dos obras suyas, ambas editadas por Francisco Arellano Oviedo, revelan el pensamiento de Miguel d’Escoto Brockmann. Sin ser escritor, logró radiografiarse en ambas. La primera refleja tanto su no violencia activa ––herencia de Jesús de Nazaret–– y su beligerante oposición y bien documentada al guerrerismo imperialista. Antiimperialismo y no violencia se titula y consiste en 58 textos ––artículos, charlas, ponencias–– escritos entre el 22 de noviembre de 1974 y el 26 de junio de 2006. En él habla el admirador de León Tolstoi (1828-1910), el gandhiano de vocación, el discípulo de Martin Luther King Jr. (1829-1968) y el amigo de Dorothy Day (1897-1980), la más sobresaliente figura del catolicismo contemporáneo de todos los tiempos. Además, despliega su conocimiento de la política mundial y una ejemplar lealtad a su militancia partidaria.
Su segunda obra, Oraciones y soliloquios (2006 y 2010) “está llena de profundidad antropofilosoficoteológica que, por desnudez e intensidad, viene a dar a lo poético” ––la valora FAO. Vivencias e interioridades, más una traducción y adaptación geográfica de la oración “Lord of Humanity” de Mahatma Gandhi (1869-1948), contiene este singular aporte del fuego libertario que ardía en su pecho.
Como bibliófilo, d’Escoto Brockmann formó una riquísima colección de libros y folletos impresos en o sobre el país. Una buena cantidad de ellos figura en la Nicaraguan National Bibliography (1986), a él dedicada por su coordinador George F. Elmendor. Al mismo tiempo, no estaba destinado a crear belleza, mas pudo apreciarla al máximo y adquirir numerosas piezas de artistas nacionales. Sobretodo, le impactaron los óleos líricos de Orlando Sobalvarro y los radiantes girasoles de Rosi López Huelva.
Finalmente, d’Escoto Brockmann produjo y filmó, a finales del 75, la película El Paraíso (que Karly Gaitán Morales no incluye en su crónica histórica del cine en Nicaragua). Al menos, se reconoció el valor de este documental sobre el ensayo de comunidad fundado en la periferia de la ciudad de León para construir un conjunto de viviendas obreras. Pero esta realización cinematográfica ––ejemplo de cine verité–– planteaba que el problema habitacional de Nicaragua no podía prolongarse. La cámara fue utilizada como ojo y lengua de un reportaje en vivo, presentando dos ambientes: el del pobre (la familia de un albañil) y el del rico (las familias a quienes el sacerdote expone los problemas del pobre). Estas familias, vinculadas a la estructura gobernante del somocismo, son denunciadas por su desprecio social nada cristiano.
Su mensaje concientizador era el siguiente: “si se cambian las estructuras sin que cambie el hombre, sin que se opere una transformación de la mente y del corazón que haga posible el ver al prójimo como hermano, no habrá convivencia, ni paz, sino guerra social. En otras palabras, la película arroja una semilla para la convivencia en la justicia. Pero no impone una solución precisa, ni hace propaganda a una ideología”. Tanto Franklin Caldera como yo vimos El Paraíso en las viejas instalaciones del diario La Prensa. “Estaba con nosotros ––recuerda Franklin–– Pedro Joaquín Chamorro Cardenal. Cuando terminó la película, Pedro Joaquín exclamó: ¡Tronco de película!”.