MVL se fue con sus mentiras: las buenas para la ficción y las malvadas contra la verdad

I

Es una pena.

El autor de “La casa verde” dejó este mundo sin enmendar sus lamentables desaciertos.

¿En qué momento se jodió don Mario Vargas Llosa, Zavalita?

Su oficio despedazó los límites entre la ficción y la realidad, y en ese contrabando transfronterizo no había tropos literarios, solo tramas y sentencias arbitrarias contra la verdad.

Quizás fue un verso viviente en el Universo de Jorge Luis Borges, quien confesó nunca haberlo leído. Sin embargo, en primera persona creó (1985) lo que en tercera persona describe con precisión al fallecido, aunque en dirección contraria al piadoso dicho de que “no hay muerto malo”…

Se fue cercado por su propia mitología.

Aun así, hay también un “muerto bueno”: el extraordinario novelista de “Conversación en la catedral” y “La Fiesta del chivo”.

Una prosa deslumbrante, hecha con pluma de ángel.

De las que hizo con membranas de vampiro podría responder Zavalita. Que de sus prejuicios, antes que juicios con el debido proceso, podría levantarse una lista inacabable.

Anotemos sus terribles yerros acerca de América Latina y El Caribe.

Su profunda inclinación a la tergiversación que gozaba de amplia cobertura editorial.

Su propensión a servir de altavoz y portavoz de los disparates de dudosos individuos encubiertos de políticos honestos.

Y por si no bastara, una persistencia de cruzado de la Edad Media, adquirida años después de su renuncia a la izquierda, por ser un abanderado de los derechos humanos, financieros, políticos y globales de la plutocracia.

He ahí el marqués de don Mario, que contrario al Hidalgo Don Quijote, cabalgó sobre el poderoso caballero don Dinero de Quevedo, para “amparar” al gigante y ciclópeo establishment. Que, por cierto, no necesitaba de su ofrecido talento.

A esa su particular deriva autoritaria, a esa forma de terminar siendo escudero de los encargados de ultrajar a la humanidad y dividirla por razas, a esa su fineza de tratar con guantes de seda a los que artillan guerras, golpes de Estado, desestabilización, hambruna y un etcétera infinito, lo llamó defensa de la democracia.

Volver la vista hacia el lado incorrecto de la Historia, donde llevaba la cartera y sus intereses privados y públicos, en nombre de la Libertad…

Apartar los ojos de las latitudes donde se cometían injusticias contra las multitudes, donde el injusto orden económico se cebaba en familias sin pan ni escuela para sus hijos, ni posibilidades de sobrevivir el próximo año…

Acusar sin fundamentos a liderazgos latinoamericanos porque no se sometieron a su extraña conversión, —realmente una metamorfosis a lo Kafka— en los años 70, cuando empezó a hacer méritos para pertenecer al nefasto club de la más rancia y ultraconservadora derecha, colindante con el fascismo… (Su gran Tribu: él mismo una aborrecible capitulación ante el capitalismo desnaturalizado que perdió toda decencia humana, al alcanzar su máximo grado de gula antropofágica).

El devenir en intelectual de la élite, gurú del periodismo canalla, y camarlengo vitalicio de la sacra narrativa megaderechista para justificar el asesinato de reputación de los pueblos que no comulgaban con su espíritu oscurantista, a eso y más, le llamó ser “liberal”.

Bailó de alegre por “la destitución de Dilma Rousseff”, y de todos a los que arrojó su tinta de inquinas en la década pasada, solo en uno acertó: “el desplome del mito de Lula en Brasil”.

En efecto, don Mario, experto en personajes ficticios, sacó su plomada en 2016, y se enteró de lo que realmente era el extornero: un mito. Solamente eso.

Odiaba, no se sabe por qué, a Manuel López Obrador. Lo odiaba como al Comandante Daniel Ortega. Lo odiaba de pies a cabeza como al Comandante Hugo Chávez, y ya no digamos a Fidel.

Decía, por ejemplo antes de 2019: “Quizás cabría señalar también el caso mexicano, donde las recientes elecciones parciales han desmentido las predicciones de que el líder populista Andrés Manuel López Obrador y su partido serían poco menos que plebiscitados; en verdad el ganador de los comicios ha sido el Partido Acción Nacional (extrema derecha), con lo que el futuro democrático de México no parece amenazado”.

Pero luego ganó el señor Obrador.

¿Cuál “amenaza” a la “democracia” de México representaba el tabasqueño? Allí está ahora la presidenta Claudia Sheinbaum, sucesora de AMLO. Y ella también arrasó en las elecciones. Y desde la izquierda maldecida por MVLl.

Y México sigue mejor que nunca.

No obstante, se fue obsesionado en destruir a Obrador, vale decir al preferido por los mexicanos, y no por la Tribu local. Esta, de luto, aún exige a la Presidenta un pésame oficial, con lágrima y todo.

Ciertamente se puede llorar por la verdad y por los que luchan por ella, por los verdaderos cuando ya no están con nosotros, pero nunca por los mentirosos, los alevosos, los supremacistas…

El escritor, por ejemplo, detestaba con particular racismo al boliviano Evo Morales.

Alabó el despojo de su indiscutible triunfo en 2019.

Quería que un “blanco” de su privilegiada tribu —no clase social— de Santa Cruz, ganara en Bolivia.

Para Vargas Llosa, el color oficial de la democracia debe ser blanco y nada más.

Así que cualquier otro color en el poder es altamente sospechoso.

Atenta contra las libertades. Amenaza al Estado de Derecha, que así “confunden” al Estado de Derecho. Es una agresión al libre mercado, es intervención del Estado, bla, bla, bla…

II

En una entrevista concedida a El País, en 2017, don Mario identificó un tipo de periodismo, del cual él, paradójicamente, fue su más insigne representante: “la dictadura de Fujimori utilizó el periodismo amarillo, el periodismo de escándalo, como un arma política para desprestigiar y aniquilar moralmente a todos sus adversarios”.

De hecho, ilustró lo que se hace desde el periodismo venal que trata de enlodar a Nicaragua: “Él (Vladimir Montesinos, mano derecha de Fujimori) contrataba periodistas, pagaba órganos de prensa para que aniquilaran moralmente a los adversarios y críticos. Esto ensució terriblemente el periodismo, le dio al periodismo una dimensión canalla, vil”.

Lavándose las manos, el novelista todavía se preguntó, siendo un eficaz montecínico de la prensa tóxica: “¿Cómo el periodismo, que puede ser algo vil y sucio, puede convertirse de pronto en un instrumento de liberación, de defensa moral y cívica de una sociedad?”.

Al menos, él no fue ningún referente digno de mención.

Creerse el cuento dundo del surgimiento de una “disidencia pura, santa, inmaculada”, después de la derrota electoral de los sandinistas en 1990, y no solo eso, sino hasta escribirlo y alabarlo, da la medida de ese “periodismo canalla” del que habló.

Sin averiguar, sin consultar, sin investigar, ¿es posible que el gran intelectual se dejara embaucar como el tipo más tonto que haya nacido en América Latina?

El celebérrimo escritor salió con la tarugada, como dicen los nicaragüenses y mexicanos, de absolver a los oportunistas, traidores y resto de usurpadores de la Revolución, al mentir que por “la célebre piñata en la que se repartieron casas, tierras y bienes nacionalizados” (…) “muchos sandinistas genuinos y decentes, como el escritor Sergio Ramírez” debieron “romper con ellos y los denunciaran”.

Tragarse los truculentos desinformes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en 2018, sin tomarse el trabajo de buscar la verdad, sino asumir las patrañas como evidencias, es parte de esa infamia para “aniquilar moralmente al adversario”.

Pasar por verídico el enorme embuste de “pacíficos manifestantes”, cuando quedó más que comprobado el uso de armamento de combate, y las nuevas formas de tecnoguerras, para derrocar al Presidente Constitucional de Nicaragua, Comandante Daniel Ortega, es un asalto al periodismo y un irrespeto al público de estar debidamente informado.

Sabiendo que las redacciones de algunos medios escritos, radiales, televisivos y digitales se han convertido en cuarteles multimedia y fuerzas de tarea artilladas de injurias, desinformaciones, fake news y medias verdades, don Mario no solo evitó condenarlas, sino que se sumó a la agresión contra un gobierno constitucional.

Esto a pesar de haber escrito en 2016 que “Utilizar esta profesión (periodismo) para promoverse y difundir ideas frívolas, banalidades ridículas y mentiras políticas flagrantes es también una manera de agraviar un oficio”.

III

El hecho de que don Mario haya sido un connotado escritor y Premio Nobel de Literatura no da para canonizarlo.

Lo que haya escrito tampoco es para añadirlo al canon bíblico.

Porque haya dado por cierto una solemne falacia, no pasará de estafa mediática bien pagada por los interesados.

Que haya celebrado una mentira bien dicha, aunque sea con sello y membrete de un organismo internacional alquilado, no es bendita. La tal mentira es inmunda.

Por mucho que asumiera como axioma las barbaridades de la OEA, y como dogma las cartas marcadas de los organismos de Derechos Humanos de la ONU, y otros, don Mario carecía de la infalibilidad que el folklore del Vaticano atribuye a sus Papas.

Si don Mario diagnosticó a Ollanta Umala como “el cáncer” y a Keiko Fujimori, “el Sida”, y por ende Perú se debatía entre la Unidad de Cuidados Intensivos de un hospital y el cementerio, durante las elecciones de 2011, es que estábamos ante un soberbio mitómano.

Este delirante “paladín liberal” ajustaba sus “exámenes” cínicos —no clínicos— a su conveniencia ideológica y racial.

Diez años después de “confirmar” el sida en Keiko, el mismo Médico Brujo de la Tribu de Miraflores la declaró maravillosamente sana. ¡Aleluya! ¡Un milagro en vida de “San Mario”!
La señora Fujimori era, pues, una mujer demasiado saludable para optar por la presidencia.

Es que para el Perú, de acuerdo a MVLl, había algo todavía peor que el cáncer o el sida en las elecciones de 2021: que un indio, el cholo de Pedro Castillo, llegara a consumar el acto sacrílego de entrar al santuario de la oligarquía: la Casa de Pizarro.

Ya sabemos que la “sagrada” élite limeña impidió semejante “herejía”. De ahí que don Mario viviera sus últimos días en Perú, libre de indeseables en el poder.

Así, no resulta nada extraño que el arequipeño magnificara como “patriotas nicaragüenses” a los sórdidos sociópatas y a la “sangre azul” de la Calle Atravesada en la Historia, que asolaron Nicaragua en 2018.

¡El mulato José Dolores Estrada les quedaba chiquito!

Incluso, exhortó que “los países democráticos (?) y las organizaciones internacionales, como las Naciones Unidas, la OEA, la Unión Europea”, deben “apoyarlos”, comprobando que la barbarie del Golpe de Estado fallido no era únicamente de manufactura nacional.

Tal era su bajísimo concepto de Democracia y Liberalismo. Los dos, para el difunto, solo podían ser legítimos si a la cabeza se hallaran los menos democráticos y liberales del mundo: los poderosos ultraconservadores. Su secta. Su tribu.

Por lo demás, se había quedado congelado en el tiempo, igual que esos enormes mamuts, con su propia “hechicería filosófica” (la frase es de él).

Contaba con un álgido diccionario de la Guerra Fría, que a pesar de ser el autor de “La ciudad y los perros”, cuando retornaba al mundo real, lo convertía en su libro de cabecera. Entonces era el escribidor anacrónico que usaba los lugares comunes de aquella época, empleando expresiones que las derretía la misma realidad: “dictador”, “populista”, “demagogo”, “caudillo”, “sistema tiránico”, “colectivismo”, “Estado paternalista”, “comunista”…

Eso sí. Siempre atendió la Llamada de la tribu… de caníbales, que siendo blanca, no deja de ser una opulenta secta carnívora —que “codicia su tasajo/ con roja encía y afilados dientes” diría Rubén—, de la cual se convirtió en brujo-chef para brindarle su plato favorito: la Humanidad a la carta.

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