En los tiempos libero-conservadores, Rubén Darío, salvo para algunos estudiosos, nunca fue el “paisano inevitable”. No hubo una política orientada a descubrir al poeta ni mucho menos descubrirnos en él. Se le evitaba o disminuía. O se le enfrentaba a nuestros gloriosos héroes y mártires armados. Aquí un escrito de 2007, cuando recién había concluido la era neoliberal…
Todavía se habla de que el presidente Daniel Ortega entregó dos manuscritos originales de Rubén Darío a su homólogo venezolano Hugo Chávez. Quisiera ver cuál sería la reacción local si en vez de ser Chávez el destinatario de tan inusual regalo hubiera sido el presidente George W. Bush, en el entendido de que sería un buen signo de las relaciones que la nueva administración pretende establecer con los Estados Unidos.
De todos modos, no hace falta “regalar” más a la Unión Americana, que para eso en los anaqueles de la Biblioteca Widener, de la Universidad de Harvard, se encuentran no una ni dos originales, sino hasta buena parte de la biblioteca personal del creador sin que hasta a la fecha nadie se haya rasgado sus vestiduras, manteles, cortinas, sábanas, toallas y pañuelos.
-¿Es posible la recuperación de todo ese valioso tesoro de Darío?, le pregunté en 1999 al entonces director del INC, licenciado Clemente Guido, sobre la suerte de lo que un día fue propiedad de Rubén.
“El alcance de las leyes nacionales no trasciende lo internacional, a menos que existan convenios bilaterales entre los países. No sólo está la biblioteca referida en EUA; en Chile existe un acervo documental dariano inmenso. En España mismo, lo importante es que nos entreguen ellos a nosotros, no lo originales, porque habría que preguntarse en qué condiciones técnicas estamos en Nicaragua para proteger esos documentos originales y si no son superiores a la que ellos tienen. Seguramente lo son”.
Nicaragua no ha recibido un solo centavo por los derechos de autor. Nadie se ha preocupado por tutelar este magnífico bien. Si nuestro país fuera desarrollado, bueno, que el resto del mundo comparta uno de nuestros mejores tesoros. Pero nunca hemos estado en condiciones económicas tan solventes como para entregar algo tan valioso sin recibir nada a cambio. ¿Ejemplo? Aprovechar los recursos obtenidos y dirigirlos a la preparación de maestros en la obra de Rubén para multiplicar darianos en nuestras escuelas públicas.
Su obra se ha regalado, abandonado o echado de menos en la práctica, porque en el fondo subyace la idea de que el poeta es un vago, un “nefelibata”. Y no de ahora, sino desde siempre. Nunca existió una preocupación oficial por gestionar ante la autoridad internacional los derechos de autor de este innovador de nuestro idioma común. Eso equivale a haber cedido, sin nada a cambio, la obra dariana.
Y por la Tierra circulan los poemas, ensayos, cuentos, artículos periodísticos, en fin, todo lo que significa Rubén, traducidos en innumerables idiomas y registrando ganancia para los traductores, compiladores, industria editorial, etc., sin que entre un córdoba a nuestra nación. Y si vamos a llorar por dos poemas con lágrimas de cocodrilo, mejor preparo mis ojos para un diluvio merecido por lo que hemos perdido desde la muerte del panida.
El pueblo de Nicaragua no se beneficia en nada con la cofradía de los llamados darianos que entre el 18 de enero y el seis de febrero de cada año aprovecha a Darío para autofestejarse: ¿egolatría o dariolatría? Hacía falta en el país una fiesta patronal de elite, donde cierta intelectualidad parroquial pudiera contar con su propio santo laico, lejos del bullicio de los asoleados que para eso tienen a San Sebastián, Tata Chombo y Minguito.
Con todo y los hallazgos de escritos inéditos, cartas y poemas desperdigados que hacen que las Obras Completas Darianas sean las más incompletas de la humanidad, el pueblo nicaragüense todavía ignora la suprema tarea del vate de haber renovado nuestra lengua común.
Quien profetizó que algún día irremediablemente iría a las masas todavía no le cumple al pueblo porque se encuentra secuestrado.
Las autoridades, conservadoras y liberales, desde el deceso del hijo de Metapa, no han querido que Rubén pueda ser asumido como el nicaragüense que es: nuestro hermano mayor. El hermano que guía a los más pequeños. No, Rubén es casi como un extranjero en nuestra propia tierra. Un profeta que debió convencer al mundo primero, para tratar de ser alguien en su propio país. Y todavía hoy, el panida es una distancia, una fiesta patronal de elite, un forastero de nuestras tempranas aulas de clases.
Darío sólo para los llamados “darianos”. Darío en manos de los iluminados y mientras más iluminados, más alejados de la oscura “plebe”. ¿Y qué le dan a la gente sencilla, aquella misma que hace filas en las enramadas para que le den Picadillo o Masa de Cazuela? Sólo aquella fama potenciada por la oligarquía a través de la ciudad letrada de que era un borracho que hacía versos y que “si pequeña es la patria, uno grande la sueña”. Sólo así se advierte a Darío el nica. El Darío que conocemos. O cuando, como intentó el ex presidente Bolaños, se le quiere echar a pelear con el segundo héroe de nuestra nacionalidad, el general Sandino.
Rubén Darío es el hermano mayor que debe ser dado a conocer a sus hermanitos desde la primaria. Urge graduar darianos también y no simples bachilleres. Darío en sí mismo es una universidad de conocimientos. El sistema educativo nacional fue diseñado hasta hoy para olvidar a Rubén. Las estructuras del poder letrado suenan sus castañuelas coloniales cuando su “sacra” influencia es amenazada por algún “hereje”. Pero nada hacen en la práctica para darianizar Nicaragua, porque viven de él.
La educación, tal como se concibió, sólo ha facilitado el engrandecimiento de una predilecta cofradía, una casta, que se encarga de conservar un linaje inventado, artificial del poeta: inaccesible para las clases. Pero nunca movió una tecla para reclamar los derechos del vate, y ¡mejor!, porque entonces si se lograra algún rédito, quedaría en manos de una minoría.
Sé del esfuerzo solitario de una profesora, sin ningún recurso, y muy lejos de adoptar esas poses de los que se presentan como dariólatras, hoy “ofendidos” porque dos escritos de Rubén se encuentran en manos del presidente Chávez. La licenciada María Auxiliadora Mendoza, de Jinotepe, se dedicó a la descomunal tarea de cazar si no todos, la mayoría de términos con que Rubén erigió su obra maestra.
¿Se imaginan ustedes esta obra, ya editada, en manos de los estudiantes para que se aproximen al “Príncipe de las Letras Castellanas”?
Convenio de Berna
Nicaragua puede apelar al Convenio de Berna sobre Derechos de Autor para que por primera vez obtenga sus beneficios y ayudar a editar, por ejemplo, un libro como el preparado por la profesora Mendoza, aunque hoy aparezca como una “sacrílega” por meterse en el “suelo sagrado” de los“darianos”.
De acuerdo con el mismo tratado, los derechos de un autor se extienden 50 años después de fallecido. Rubén murió en 1916, y dirá alguno: “En todo caso, en 1966 culminó esa protección”. Sin embargo, dice la misma carta que el plazo puede ser ampliado de 70 hasta 100 años, “si el país signatario así lo cree conveniente (post mortem auctoris)”.
El Convenio de Berna para la Protección de las Obras Literarias y Artísticas, en su artículo 7 señala que “los países de la Unión tienen la facultad de conceder plazos de protección más extensos que los previstos en los párrafos precedentes”.
Asimismo, que “en todos los casos el plazo de protección será el establecido por la ley del país en el que la protección se reclame; sin embargo, a menos que la legislación de este país no disponga otra cosa, la duración no excederá del plazo fijado en el país de origen de la obra”.
**Edwin Sánchez